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Nace un sueño

Lunes gris como todos los lunes. No importa si hay sol y el cielo está despejado: todos los lunes son grises en las grandes ciudades. Especialmente para aquellos que se levantan con las primeras luces del día para repetir la misma rutina de siempre: desayuno, bondi, tren o subte (a veces dos y hasta tres), oficina, papeles, llamados, mails, corte para almorzar, la larga recta adormecedora de la siesta y el regreso a casa invirtiendo el viaje: subte, tren o bondi a veces dos y hasta tres.

¿Qué tendrá que ver esto con este viaje? Mucho. Bancá: seguí leyendo.

Esta historia del oficinista rutinario la conocemos todos. Ya sea porque la vimos en una película, porque conocemos a alguien o porque somos nosotros mismos. Y todos anhelamos alguna vez con escapar de ese letargo mortal y cumplir nuestros sueños. Si, todos. Gerardo Michelini también.

Escapar de la rutina

¿Cómo que Gerardo? Si él vive en Tupungato rodeado de naturaleza y haciendo unos vinos del carajo. Es cierto. Pero hasta hace unos años, Gerardo era un empleado bancario que soñaba, al igual que muchos de nosotros, con vivir de otra manera. Hasta que un día, llamale coraje, valentía o locura, largó toda esa rutina y se unió a sus hermanos Matías y Juampi para hacer vino.

Y le fue muy bien. Junto con Andrea Mufatto, su compañera de la vida (otro sueño cumplido) y su hijo Manuel, han recorrido un largo camino que los encuentra hoy al frente de La Milonguita elaborando grandes vinos: Seminare, Crua Chan, Superlógico, Otra Piel, Jijiji, etc. Y no contentos con eso, este año saltaron el charco y con la marca «Michelini i Mufatto» se lanzaron a hacer vinos en el Bierzo, España, y ya tienen su primera etiqueta: A Merced.

Muy bien, hasta ahora es una nota de sueños cumplidos, de proyectos exitosos que crecen… ¿por qué entonces el título es «Nace un sueño»? Por la simple razón que este grupo de amigos de paseo por Mendoza fue testigo de un nacimiento: el nacimiento de un sueño llamado La Cautiva.

Arranquemos unas horas más atrás, cuando íbamos por el Corredor Productivo rumbo a La Milonguita y nos llega un mensaje de Gerardo invitándonos a conocer La Cautiva. ¿Qué es eso? No sabíamos, pero si Gerardo lo propone, debe estar bueno. Cambiamos las coordenadas en el Google Maps y éste empezó a llevarnos rumbo a la montaña, a Gualtallary.

Gualtallary en estado puro

Por las coordenadas parecía que íbamos a Zorzal, la bodega que años atrás vio nacer el sueño de los hermanos Michelini y que hoy comanda Juampi. Y tan errados no estábamos, porque Gerardo nos estaba esperando dos tranqueras antes, en el viñedo que es de su propiedad. Junto a él estaba Cristian Morelli, pieza importante de La Milonguita y autor de los Caliche, Refran y Obstinado. Gerardo en la mano tenía una botella y Cristian una caja de copas. Nada podía salir mal.

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Gualtallary

Ni bien lo saludamos, le preguntamos: «¿Qué es La Cautiva?». «Tranquilos, ya les voy a contar. Primero quiero que conozcan el viñedo que le da origen a muchos de nuestros vinos». Y así fue como empezamos a recorrer ese lugar soñado, a 1.300 msnm y con la montaña tan cercana que parecía que se nos venía encima.

Gerardo nos contó que el cuidado de la viña se realiza con la misma filosofía con la que elaboran sus vinos: buscando la mínima intervención posible del hombre para que la vid exprese al máximo las características del terruño. Es por eso que no deshojan ni ralean. Y por eso también en ocasiones las inclemencias del tiempo (como la helada de dos noches atrás) suele golpear a sus viñedos causándole pérdidas que, bajo su mirada, es «como si fuera un raleo natural».

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Huevos de cemento enterrados.

Así las cosas, nos tomamos un Otra Piel Tinto 2016 sentados en los huevos de cemento que se encuentran enterrados en medio del viñedo mientras mirábamos la cordillera y escuchábamos el silencio. Qué paz interior que generan esos lugares… no hay forma de describirlo. Escuchar a Gerardo es entender su búsqueda. Tomar sus vinos es atrapar sus sueños.

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La Cautiva

«Bueno, vamos a La Cautiva», nos dijo y saltamos al auto siguiéndolo por el camino que sube y sube hacia la montaña. Pasando el Monasterio (de donde sale Per Sé), el camino se bifurca y ahí comienza La Cautiva: Una de las cinco sub divisiones de la IG Gualtallary, la más occidental y de mayor altura. Unos metros más arriba siguiendo el canal de riego que baja de la cordillera nos encontramos ante una tranquera con un camino que ingresa a una finca rodeada por sendas alamedas. Llegamos a La Cautiva.

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La Cautiva, Octubre de 2018

«Este es nuestro sueño, bienvenidos a La Cautiva» fueron las palabras de Gerardo. La Cautiva es una pequeña finca de seis hectáreas en la parte más alta de Gualtallary, a 1.600 msnm, rodeada de una cortina de álamos que la protegen del viento. Durante mucho tiempo se cultivaban frutales, pero para cuando ellos la compraron ya no había más que algunos viejos nogales.

Cuando llegamos, un grupo de obreros estaba trabajando en la construcción de la represa que utilizarán para almacenar el agua que el turno de riego les proporciona y otros estaban excavando lo que será la futura cava subterránea. En el suelo ya estaban dispuestos los palos con los que se comenzará a armar el viñedo de malbec.

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La represa
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Su lugar en el mundo

«Aquí estará la bodega, al lado la cava subterránea y en el piso superior estará nuestra casa», nos cuenta Gerardo. «¿Se van a mudar aquí, en el medio de la nada?». «Por supuesto. Este es el lugar que siempre soñamos. Será nuestro hogar, nuestro lugar de retiro. Sueño con vivir aquí, hacer un vino de este lugar y vivir de eso«, afirma feliz y no puedo más que admirarlo (y un poquito envidiarlo, por qué no…)

El mediodía nos encontró hablando del futuro de los proyectos que hoy llevan adelante. Todo está en su mente , sabe muy bien hacia dónde va y cuál es el camino que deberá construir para llegar. Sinceramente, nos hubiéramos quedado todo el día pero él tenía que trabajar y nosotros teníamos que seguir viaje.

Nos despedimos con un fuerte abrazo y la promesa de visitarlo cuando estén instalados en el lugar. El camino de ripio serruchaba el andar de nuestro viaje de regreso a Tupungato. Íbamos en silencio, reflexionando acerca de lo que habíamos visto, escuchado y sentido.

Nada más queda (Cerati dixit) de aquel Gerardo Michelini oficinista que cumplía con la misma rutina todos los días. El coraje y la valentía de perseguir sus sueños lo convirtieron en este hombre que hoy mantiene una mirada honesta y franca, como sus vinos. Y que sigue soñando.

Continuará…

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