Alejandro Vigil y su interpretación del terroir en una charla a fondo con una de las figuras más influyentes de la vitivinicultura argentina.
Se levanta a la faz de la tierra Una nueva y gloriosa Nación: Coronada su sien de laureles Y a sus plantas rendido un León.
Aquella frase olvidada del Himno Nacional Argentino rinde honores a la Revolución que liberó a los pueblos americanos de la dominación realista. En esa estrofa, España es un león vencido que se rinde a los pies de la Nación que nace. Una revolución que fue posible gracias a la entrega y el coraje de un grupo de hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad.
El vino argentino está transitando una revolución que trae vientos de cambio, con nuevas formas de elaboración y una diversidad de zonas, suelos y cepas que se suman al ya consagrado Malbec. Esta revolución enarbola las banderas del respeto por el lugar y la singularidad del paisaje. Es la revolución del terroir. Y como en aquella epopeya americana, esta revolución también cuenta con personas talentosas que están cambiando la historia.
Alejandro Vigil tiene un rol protagónico en la revolución del terroir. Este mendocino de 47 años que de muy chico se enamoró del oficio de viticultor recorriendo el viñedo con su abuelo, encontró en Catena Zapata su lugar en el mundo para transformar la historia del vino argentino. Al frente de un equipo de talentosos profesionales que comparten su visión, interpreta de manera precisa los viñedos de su Mendoza natal para mostrarle al mundo los majestuosos paisajes de la Cordillera de los Andes encerrados en una botella.
El hombre y el dragón
Un hombre luchando con un dragón. La imagen que ilustra a su marca El Enemigo representa la lucha que todo ser humano libra a diario con su mayor enemigo: él mismo. Conocer a la persona nos ayudará a entender sus vinos.
Alejandro Vigil es ingeniero agrónomo con un máster en enología y otro en irrigación. Su pasión por la investigación comenzó en el INTA, donde llegó a ser Director de Análisis de Suelos con tan sólo 28 años y continuó en Catena Zapata, donde fundó el Catena Institute of Wine. Desde allí ha liderado numerosas investigaciones que contribuyeron en gran medida al nacimiento de la Revolución del Terroir.
Pero más allá de su formación y su sed de conocimiento, Vigil es un laburante que a lo largo de su carrera ha realizado cuanta tarea de viñedo y bodega existen. Su espíritu inquieto rebalsa los límites de la vitivinicultura, llevándolo a elaborar cervezas, aceites de oliva y hasta abrir su propia cadena de restaurantes. Sus días deben tener más de 24 hs, porque sino no se explica que pueda ocuparse de tantas cosas a la vez.
Todo eso impulsado por una curiosidad inconsciente propia de un niño que lo lleva a cuestionar lo establecido, a explorar, a desaprender una y otra vez lo aprendido, a tomar riesgos y empujar los límites un poco más allá.«Para entender cómo debíamos elaborar cada zona tuvimos que desaprender todo lo que sabíamos y tomar riesgos», relata. A veces ese riesgo es medido y controlado, que es lo que se intenta que pase con la investigación, pero otras veces es un instinto basado en la experiencia adquirida, que en definitiva tiene que ver con el terroir.
Más allá de esta premisa basal que despoja de todo snobismo al vino, Vigil entiende que la curiosidad y una mente abierta son virtudes que todo amante del vino debería cultivar. «Si queremos ir más allá, tenemos que tener curiosidad para intentar entender tanto lo que nos gusta como lo que no. En mi caso personal, descubrí cosas buenas al investigar vinos que no me gustaban y con el tiempo empezaron a gustarme porque entendí que había un concepto detrás.»
El terroir, según Alejandro Vigil
Mucho se ha hablado y escrito sobre terroir. Por eso es interesante saber cuál es su interpretación.
Esa experiencia centenaria es el conocimiento desarrollado a lo largo del tiempo y transmitido de generación en generación. Cada individuo es parte de esa “cadena de aprendizajes” que va quedando en el vino.
«En esta instantaneidad de nuestra vida le damos mucha importancia a los nombres, pero en la eternidad de la historia desaparecen. Los nombres son efímeros, como mucho duran 20, 30, 40 años. Lo que queda es Altamira, Gualtallary, en definitiva, el lugar.»
Este concepto de terroir desplaza al individuo del centro de la escena y pone otras cosas en juego.
Para entenderlo mejor, Vigil lo explica con una anécdota: «El otro día tomé un Madeira de 1780. ¿Quién lo hizo? No importa. Lo que quedó en el vino es ese lugar, con su tradición y su historia. Los nombres no son importantes, porque lo que queda es el vino. Por supuesto que en 1780 hubo alguien que asumió riesgos y generó cambios, pero eso también fue como consecuencia de una experiencia previa que le fue transmitida por quienes lo precedieron y que luego él transmitió a quienes vinieron después.»
El lugar, con sus tradiciones y su historia, es el verdadero protagonista del vino.
Al fin y al cabo, el artista existe como tal porque existe su obra. El ego, tan necesario para la construcción de la identidad de las personas, debe dejarse de lado si lo que se busca es expresar de manera auténtica el terroir. «Mi situación personal no debe jugar un papel importante en los vinos. Mi función es pasar de mano hacia el futuro lo aprendido en el pasado. Mi aporte a la vitivinicultura es aplicar todo mi conocimiento para intentar expresar de la manera más auténtica posible ese paisaje y esa añada en la botella.»
¿Cuál es el futuro del vino argentino? Alejandro Vigil pone énfasis en que «hay que tener una idea, un concepto y un plan de trabajo». Afortunadamente, no es el único que piensa de esta manera. Existe un importante grupo de profesionales de diferentes bodegas compartiendo sus prácticas y generando un conocimiento colectivo que potencia la experiencia centenaria del terroir. «Que seamos muchos los que estamos embarcados en este viaje contribuye a que haya diversidad y entendimiento. Tenemos que aunar fuerzas, cada uno con su propio color pero alineados detrás de una idea y un concepto.»
Como en aquella estrofa del Himno Nacional, Alejandro Vigil es un león que deja de lado su ego para rendirse ante la eternidad del terroir. «El vino es mi forma de vida y todo lo que me sucede, lo bueno y lo malo, tiene que ver con el vino. El vino es una pasión que se sufre», concluye el león. Y uno piensa que esa es la única forma posible de ser Alejandro Vigil.
La presente es un extracto de la charla que mantuvimos con Alejandro Vigil los Argentina Wine Bloggers en el marco de los «Encuentros AWB». Podés ver la charla completa haciendo click aquí. Más información en las notas de Ángel y Vino, Vinarquía y El Vino del Mes.