Entonces: veníamos de un viaje hacia el silencio, te acordás? Salta, El Carril, Papabuelo, las yungas, la Cuesta del Obispo, las nubes, la Recta del Tin Tin, Serrat, los vallecitos, algún puente, la 40, Molinos, Colomé, Humanao, seguir subiendo… Tacuil. Y el silencio.

Silencio
En las grandes ciudades el silencio absoluto no existe. Si por alguna circunstancia te encontrás frente a frente con él, se manifiesta como un zumbido leve, grave y persistente que resuena en lo más profundo de tus oídos. Ese zumbido es el eco de la contaminación sonora, el rugido de la ciudad que se resiste al silencio absoluto. El silencio es la más pura expresión de la fuerza natural.
Lo primero que impresiona en Tacuil es la ausencia de sonidos. De a poco mis oídos se van acostumbrando, el zumbido desaparece y ocupan su lugar unos pájaros que pasan cantando, la brisa suave que mueve las hojas del viñedo, el agua bajando por las acequias de piedra, un enjambre de moscas a la sombra del viejo quebracho.
El silencio es parte importante de la identidad de Tacuil. Ese paisaje inmenso, intenso y puro se merece ese abrazo silencioso. Tacuil impone un respeto ancestral, como si fuera el anciano de la tribu al que se recurre buscando sabiduría. Es silencio, es paisaje y es respeto por la naturaleza. Tacuil es fuerza natural.

La vista es alucinante: allá abajo ves un valle verde intenso, del color que adquieren los viñedos en primavera. Al final de las hileras simétricas un bosquecito encantado oculta la hermosa casa colonial, dándole sombra y frescura. Subiendo por entre los cerros se perciben a lo lejos otros oasis similares que, según me cuenta Álvaro, son los viñedos de mayor altura. Me animo a preguntar hasta dónde llega la propiedad y la respuesta me sorprende: más allá de aquellos cerros, hasta el límite con Catamarca. Te aseguro que no alcanza la vista para abarcar tanta inmensidad.
Una familia con historia
La familia Dávalos es la más tradicional de las familias tradicionales viticultoras de Salta. Sus orígenes se remontan a 1831, cuando Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar, último gobernador español de Salta, funda en Molinos a 2.300 msnm, la bodega más antigua del país: Colomé. En 1854 su hija Doña Ascensión Isasmendi casada con José Benjamin Dávalos, introduce las primeras cepas extranjeras al país, malbec y cabernet sauvignon, transformando para siempre la vitivinicultura del NOA.
En 1982 Raúl Dávalos Goytia, quinta generación que continúa con la tradición familiar, se hace cargo de la bodega y en 2001 vende Colomé al grupo suizo americano Hess para quedarse con Tacuil, ubicada en el mismo camino pero más arriba. Es entonces que comienza a desarrollar sus propias vides y a elaborar los vinos que tan bien conocemos: RD, Tacuil, Doña Ascensión, 33 de Dávalos y Viñas de Dávalos.
Don Raúl impuso en Tacuil una filosofía revolucionaria para la vitivinicultura del NOA de esa época: respetar la identidad del terruño a partir de vinos que muestren la originalidad de los frutos en su estado más puro sin la clásica influencia de la crianza en madera.
Esta misma filosofía es la que continúa hoy en día la sexta generación de hacedores de vinos, sus hijos Raúl (Yeyé) y Álvaro Dávalos, responsables de la elaboración de los vinos de Tacuil.
De los viñedos…
Mientras caminábamos por la finca Álvaro me contaba la historia familiar, la razón de sus vinos, la organización de la bodega y el trabajo en los viñedos. De las 125.000 hectáreas totales, tan sólo 100 son cultivables. Doce hectáreas están destinadas a viñedos y el resto a pimentón, ají, comino, poroto pallar, quinoa y algo de ganadería.
Alrededor de la casa, a 2.591 msnm, se encuentra el viñedo Los Nogales: Son dos hectáreas divididas en cuatro cuarteles de suelo franco arenoso y arcilla. En uno de los cuarteles hay sauvignon blanc y en los otros mayoritariamente malbec y cabernet sauvignon.
Sobre el pie de la cuesta encontramos el viñedo Pie de la Virgen, es una hectárea también de suelo franco arenoso con torrontés. De estos dos viñedos se obtiene la uva que se destina principalmente a la línea RD.
A unos 15 kms de donde estábamos y ya a unos 2.700 msnm, están los viñedos Silverio, La Banda y Entre Ríos. Entre todos suman unas 10 hectáreas de origen aluvional con suelo pedregoso con malbec y cabernet sauvignon destinados a las líneas de más alta gama.



Un dato de color: hasta hace algunos (pocos) años los viñedos de Tacuil eran los más altos del mundo. Actualmente ese título está en manos de un viñedo del Tíbet que se encuentra a 3.563 msnm.
Ya entrada la noche el paisaje cede su protagonismo al cielo oscuro repleto de estrellas resplandecientes. Tirarme en el pasto a contemplar esa cúpula celestial mientras escuchaba el crepitar de las brasas y las voces de los zorros deambulando cerca de la casa es uno de esos momentos que quedaron grabados a fuego en mi memoria sensorial.
… a los vinos
Llegó la hora del asado y de los vinos. Arrancamos con el RD Sauvignon Blanc 2017, uno de los mejores blancos de todo el NOA. Esa nariz a espárragos bien típica de los sauvignon blanc de altura al mandarlo a la boca se transforma en elegancia y frescura, con notas cítricas y una acidez media que invita a rellenar la copa una y otra vez. Un vino increíble que refleja el ADN del lugar.
Seguimos con una criolla que Álvaro me comenta que aún está en desarrollo. Lo primero que me llamó la atención fue su color oscuro, como si fuera un malbec. En nariz es bien frutada, con la frutilla muy presente. Y en boca vuelve a diferenciarse con una mayor estructura y volumen que las criollas que conozco. Creo que cuando Álvaro esté conforme con su producto (y espero que sea pronto) nos llevaremos una grata sorpresa.
Por último, el 33 de Dávalos 2016. Sin dudas es mi vino favorito de Tacuil y uno de mis top five del NOA. Un blend 80% malbec y 20% cabernet sauvignon, expresivo, potente y elegante a la vez, que va ganando en presencia y complejidad a medida que transcurre el tiempo en la copa y que inunda de alegría los corazones.
En la Constitución Nacional debería existir un artículo que diga que todo ciudadano argentino tiene derecho a descorchar, al menos una vez en la vida, una botella de 33 de Dávalos.



Hasta luego
En la sobremesa, Álvaro me comentó sobre el futuro de su proyecto personal Vizcachero Wines y su Cola de Zorro que algo te conté en una nota anterior (clic acá), sobre la búsqueda de una identidad propia más allá del proyecto familiar. La charla derivó en cosas de la vida y demás cuestiones que no vienen al caso pero que son las que sientan las bases de una amistad. Charlar con Álvaro es un placer y espero que la vida nos encuentre muchas otras veces más, con una copa en mano y las brasas encendidas.
Llegó el momento de ir a descansar y al otro día a levantarse temprano para partir rumbo a Cafayate (gracias Thibault Delmotte por el aventón).
Atrás quedaba un día inolvidable en Tacuil, donde viven los silencios. Muchas experiencias me esperarían en los días siguientes, pero eso, ya es parte de otra historia.
